El tiempo iba pasando. Ya habían terminado los exámenes finales y a pesar de haber dormido pocas horas a causa de permanecer estudiando hasta tarde, apenas tenía sueño. Incluso una pastilla parecía no hacer ya efecto. Por un lado estaba la ansiedad que padecía deseando quedarse dormido y por otro, que tal vez se estuviese habituando a las pastillas y estas hiciesen cada vez menos efecto en su organismo.
Cuando llegaba la hora de dormir nuevamente se sentía impotente. Deseaba estar con Lorena, pero no era capaz de conciliar el sueño. Cuando por fin lo lograba, le ocurría como en el pasado: se despertaba transcurridas pocas horas.
Tenía mala cara. Unas enormes ojeras se habían dibujado bajo sus ojos. Estaba pálido y se sentía cansado.
— ¿Por qué no has permanecido en la cama más tiempo? Hoy es sábado y ya has concluido los exámenes. Tienes el aspecto de llevar un mes sin dormir.
—No tengo sueño.
— ¿Y las pastillas que te proporcione?
—Sí, sí que las tomo, si es eso lo que te preocupa—respondió malhumorado, levantándose de la mesa.
—Guarda tu genio, jovencito.
Golpeó la mesa con el puño:
—Creo haberte dicho que no me llames jovencito.
Salió del comedor.
Se metió bajo la ducha. Necesitaba relajarse. Lo necesitaba como nunca antes.
Ahora, cuando estaba con Lorena procuraban no acercarse a ningún lugar habitado para evitar incidentes del tipo del que habían protagonizado en Manderís.
Aquella noche sólo había estado dormido tres horas. Cuando se reunía con Lorena, malhumorado por no haberse dormido antes, ésta conseguía que su enfado desapareciese. Únicamente con su presencia tenía más que suficiente. Pero aquel tiempo era tan escaso…
Habían intentado verse a escondidas, pero los recreos los tenían a diferentes horas.
Una tarde habían decidido verse en la biblioteca, pero Pablo descubrió sus intenciones y Emilio sólo consiguió que éste vigilara todos sus movimientos las veinticuatro horas del día.
—Si Pablo pudiese saber que nos encontramos cada vez que me quedo dormido, perdería todo ese interés por su parte porque no sufra insomnio y se las arreglaría para atiborrarme de…—dejó de hablar súbitamente.
— ¿Ocurre algo?
— ¡Vamos!—gritó tomándola de la mano y comenzando a correr.
Se ocultaron tras unos arbustos.
— ¡Tienes que despertarte, Lorena!
— ¿Qué es lo que pasa?
—El Gran Señor nos ha localizado. La Guardia viene hacia aquí con intención de detenernos. Venga Lorena, concéntrate. Lo has hecho antes.
— ¡No puedo!
— ¡Inténtalo! ¡Ya se acercan!—Emilio comenzó a escuchar un sonido—. ¡Lorena, concéntrate! ¡Mi despertador está sonando!—gritó desesperado al ver cómo se volatilizaba.
Abrió los ojos y ya estaba en su habitación. El despertador sonaba de modo insistente. Lo cogió de la mesilla y lo lanzó con furia.
— ¡Mierda!—gritó.
Cuando colisionó contra la pared, dejó de sonar súbitamente.
— ¡Mierda, mierda!
La puerta de su habitación se abrió. Pudo distinguir la figura de Pablo.
— ¿Qué te ocurre?
—Na… Nada.
— ¿Entonces, cual es la causa por la que vociferas semejante palabra malsonante?
Trató de guardar la calma.
—No ha sido más de una tontería. Dormido, he empotrado el despertador contra la pared cuando comenzó a sonar. Lo curioso es que no recuerdo qué estaba soñando. Sólo sé que me desperté gritando cuando escuché el golpe del reloj.
¿Qué le habría ocurrido a Lorena? Tal que vez su despertador también hubiese sonado y ella se habría despertado a tiempo. No, esto era algo improbable, ya que además de vivir más cerca del colegio que él, sus clases comenzaban más tarde que las suyas.
Cuando bajó del autobús, decidió que no podría esperar hasta la noche para ver a Lorena y averiguar qué le había sucedido. Necesitaba verla. Un presentimiento le decía que no estaba a salvo.
—No, los presentimientos son sólo reales en los sueños. Fuera de ellos no tienes el don—se repetía sin terminar de creérselo.
Tendrían que pasar tres horas y cuarto antes de que los de su antigua clase tuviesen el recreo, quince minutos durante los cuales éstos podían abandonar el centro.
Aquellas fueron las tres horas más largas de toda su vida, tras las cuales se las arregló para que su bolígrafo se destintara, una justificación adecuada para salir de la clase e ir al baño. Pero en lugar de ir a éste, se acercó a la puerta que sus antiguos compañeros empleaban para salir del edificio.
Comenzó a escuchar voces y vio como iban a saliendo del colegio. Buscó a Lorena, pero ésta no salía. A quien sí localizó fue a Ricardo.
— ¿Y Lorena?—preguntó ansioso.
— ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en clase? Bueno, ya percibo el motivo— confesó al apreciar las manchas de tinta en las manos de Emilio.
—Eso no importa ahora. ¿Dónde está Lorena?
—No ha venido a clase. ¿Le ha ocurrido algo?
—Espero que no. Bueno, tengo que irme— se despidió apresurándose hacia su aula.
Cuando esa clase llegó a su fin, Emilio se acercó al teléfono público que se encontraba junto a la secretaría y marcó el número de la casa de Lorena. Al teléfono contestó una mujer cuya voz no le resultaba conocida.
— ¿Podría hablar con Lorena? Soy un amigo suyo.
La mujer guardó unos segundos de silencio.
—Mira, yo soy su abuela. Lorena no está bien.
— ¿Qué le ocurre? ¿Puedo hablar con ella?—la mujer no contestó—. Por favor, dígame algo. Yo…, soy su novio.
—No sabemos qué es lo que le ocurre. Cuando esta mañana fuimos a despertarla para que fuese a clase no respondía. Llamamos a una ambulancia y en el hospital, donde ahora están sus padres con ella, han dicho que está en coma.
La jornada se hizo eterna para Emilio, que deseaba llegar a su casa y quedarse dormido para averiguar qué era lo que estaba sucediendo.
Cuando llegó a casa, su madre estaba allí y él aseguró que tras una intensa jornada, tenía un terrible dolor de cabeza, lo que justificó que tras tomar un bocadillo, se fuese a su habitación a descansar.
Se puso el pijama, tomó dos pastillas y apagó la luz. Si tomaba una sola no se quedaría dormido hasta pasado un buen rato. El aumento de la dosis surtió efecto y pronto estuvo en el bosque, junto a los arbustos tras los que se habían ocultado. Entre ellos pudo ver la capa. Se la puso y comenzó a caminar. Sólo conocía a una persona en aquel mundo. Tal vez Andrú pudiese ayudarle. Vio a un hombre y se acercó a él. Andrú les había dicho que preguntaran a cualquiera por él cuando estuviesen en apuros.
—Perdone, señor
Curiosamente se trataba del hombre que le había regalado la capa.
— ¡Emilio! ¡Qué grata sorpresa! Precisamente ahora estaba pensando en ti por…
—Necesito ayuda. Tengo que localizar con urgencia a un hombre. Su nombre es Andrú, Andrú de Martuned. ¿Lo conocéis?—lo interrumpió nervioso, ignorando lo que él le decía.
—Mejor que nadie. ¿Es que no me has reconocido?
— ¿Andrú?
El hombre se quitó la capa y en efecto, se trataba de Andrú.
—Pero…
—No dudaba que necesitarías mi ayuda. Por eso he estado cerca. Te regalé la capa porque sabía que te resultaría útil, pero cuando descubrí que os buscaban, ya era demasiado tarde para ayudaros.
— ¿Cómo lo supiste?
—En eso consiste el don, ¿no?
— ¿Eres de…?
—Sí, soy del mismo mundo que vosotros. Sólo que yo he logrado cerrar la puerta que me comunicaba con mi mundo. El Gran Señor pretende hacer eso con Lorena. Ahora la tiene encerrada en un lugar del que le resultará imposible escapar sola.
—Entonces se quedará atrapada en este mundo.
—No. Yo mismo cerré mi puerta. Si cualquier otra persona cierra la suya por ella, morirá.
— ¿De cuánto tiempo dispongo?
—Solamente de cinco días. Pero tranquilo, yo te ayudaré.
— ¿Dónde la tiene?
—Con calma, Emilio. Necesitamos trazar un plan. Lo primero será llegar a Casenda. Tardaremos un día. Allí tendremos que encontrar al Guardián, que es el encargado de proteger la Coraza. Nuestro objetivo será conseguir la corona y la daga de ésta, ya que solamente con ella tendrás alguna posibilidad de vencer si te enfrentas al Gran Señor. También tienes el don a tu favor.
—Pero yo no lo domino tanto como tú, que puedes hasta cambiar tu aspecto.
—Dominarlo es sólo cuestión de concentración. Pero lo del cambio de apariencia lo logro gracias a mi capa. La tuya posee la misma cualidad, entre otras muchas.
Aquella mañana Emilio comenzó a planificarlo todo. Si disponían de cinco días, sólo tenían hasta el miércoles. Llegar a Casenda les llevaría un día, ¡y él sólo disponía de las noches!
Comenzó al darle vueltas al asunto. No veía más que una salida para salvar la vida de Lorena, y esto supondría arriesgar la suya propia.
Cuando salió de clase fue al hospital. Allí le indicaron que Lorena se encontraba en la quinta planta. Subió hasta allí y se acercó a la puerta de la habitación que le habían dicho que ella ocupaba.
—Perdone, ¿podría entrar un momento a verla?— pidió a la enfermera que entonces salía de allí.
—¿Y su tarjeta de visita?
—No tengo— confesó.
—En ese caso no puedo permitírselo— enunció la enfermera.
—Por favor, necesito verla, sólo será un minuto, lo juro— suplicó a la enfermera, la cual, al apreciar la mirada de aquel chico, se sintió incapaz de ignorar su ruego.
—Puedes entrar, pero dentro de cinco minutos te quiero fuera.
—Gracias— reconoció Emilio entrando presuroso en la habitación.
Se sentó junto a ella y un nudo se le formó en la boca del estómago. Tomó su mano y comenzó a hablar:
—Lorena, no sé si puedes escucharme, pero quiero decirte que no te voy a abandonar. Andrú me va a ayudar y pronto podrás volver. No te abandonaré jamás, nunca te dejaré sola.
Levantó la cabeza y antes de salir de la habitación se secó los ojos.
Estaba decidido, no habría marcha atrás.
Aquella tarde su madre y Pablo salieron a dar una vuelta. “Ahora o nunca”, se dijo.
Entró en su habitación y abrió el cajón de su mesilla. Miró el bote de las pastillas para dormir. Lo cogió y entró en el cuarto de baño. Llenó un vaso con agua. Sacó del bote una gran cantidad de pastillas. Se las metió en la boca y las tragó con ayuda del agua. Se miró en el espejo sabiendo que tal vez ésa sería la última vez que podría hacerlo.
Había pensado en dejar una nota, pero ¿qué iba a decir en ella? ¿Que aunque había tomado medio bote de somníferos no tenía intención de suicidarse? ¿Que lo hacía para salvar a Lorena que estaba atrapada en sus sueños? No, era absurdo.
Salió del cuarto de baño. Iba caminando hacia su cama, cuando comenzó a sentir un hormiguero en sus piernas. La cabeza le pesaba y todo comenzó a dar vueltas a su alrededor. Sus piernas no podían ya soportar el peso de su cuerpo. Cayó al suelo golpeándose en la cabeza.
Los alemanes se empiezan a replantear sus políticas de inmigración conmocionados tras la violación y el asesinato de una niña de 14 años, supuestamente por un iraquí.
Parece que cada vez son más los europeos que empiezan a darse cuenta de que la política de inmigración abierta y extremadamente liberal no les está sirviendo de nada y les está haciendo daño.
El movimiento contra la inmigración masiva en Europa (y los EE.UU.) ha comenzado y se necesitará mucha más intromisión de Soros y sus títeres para detenerla: